Tuesday, May 24, 2011

Un sueño entre dos patrias

By Romy Portuondo

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En la mañana del pasado viernes 13 de mayo realicé el sueño de miles de jóvenes en todo el mundo. Yo, Romy Lissette Portuondo Remior, me hice graduada universitaria. Allí, sentada en el Bank United Center de la Universidad de Miami, no podía creer que después de veintidós años, al fin cumplía esta meta tan especial. Sin embargo, ni los decanos en sus vestiduras ceremoniales, ni la música, ni las palabras de la propia Donna Shalala, la presidenta de la universidad, podían opacar el brillo tan singular que irradiaba la pareja sentada en la primera fila de la sección 118: mis padres. Cámara en mano, allí estaban listos para ver a su niñita –una cubanita que llegó a Miami con cinco años– realizar su sueño.

En las semanas que precedieron a mi fecha de graduación, mis pensamientos –casi involuntariamente– se concentraban en los sacrificios y esfuerzos de mis padres que hicieron este momento posible.

Yo nací en 1989 en La Habana, Cuba. Como tantos que comparten mi historia, mi camino a Estados Unidos no fue fácil. Mi padre, un hombre brillante, se graduó de Yale en 1959 y regresó a Cuba para luchar por su patria. Con el paso del tiempo él mismo se dio cuenta de que el sueño que él tenía para su hija no era posible cumplirlo bajo las circunstancias en las cuales se encontraba nuestro país. Gracias a la insistencia de mi madre, él me otorgó el permiso para dejar a mi patria y venir a Miami. Aquí comienza mi vida como cubanoamericana. Esta ha sido una vida marcada por la dicotomía entre dos patrias; dos patrias que se han unido en mí para componer mi ser.

Desde mi llegada a Miami siempre he sentido un deber hacia mis dos patrias y hacia las personas que me han ayudado a encaminarme en mi vida. Por esta razón, el éxito no ha sido una aspiración, sino un compromiso.

No tengo con qué pagarle a mi padre: si no fuese por su permiso quizás jamás habría llegado a esta tierra llena de oportunidades. Por esto, cada triunfo académico, cada logro y marca de excelencia la dedico a su memoria.

No tengo con qué pagarle a la comunidad que me recibió como expatriada, que me acogió y me ha visto crecer. Por esto me he dedicado a ser una portavoz de la comunidad cubanoamericana en cada foro que me encuentre, siempre orgullosa de los logros, el idioma y la cultura de nuestro pueblo.

No tengo con qué pagarle a mis familiares y mentores, quienes me han guiado durante los años de mi juventud. Por esto, les brindo mi amor y cariño.

Y, por supuesto, nunca tendré con qué pagarles a mis padres por el amor y el sacrificio que han hecho por mí. Un padrastro que me acogió como su propia hija y una madre que abandonó todo por ofrecerme una vida mejor. A ustedes les debo todo y no tengo palabras para expresar cuánto los quiero.

Hoy domingo 15 de mayo, me siento no sólo graduada universitaria, sino una ciudadana del mundo, cargada con el deber de representar a mi comunidad y cultura en todo lo que haga. En las palabras de Martí: “Yo no sirvo más que al deber, y con éste seré siempre lo bastante poderoso”.

Estudiante cubanoamericana.


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